lunes, 15 de febrero de 2016

MIS "SAN VALENTINES" CAEN EL 15 DE FEBRERO.

Esta es una entrada especial. Especial por lo que significa para mi, no por lo que hice en su día o sigo haciendo cuando puedo.
Eso lo hace mucha más gente, gente en apariencia normal, pero que oculta un secreto. Un maravilloso secreto.

Vayamos por partes:
Hacia el año 2005, casi recién estrenada mi vida universitaria, me topé en el espacio de reprografía de la facultad con un cartel; un cartel que anunciaba algo que, cosas del destino, entonces no sabía cuanto me cambiaría la vida.

Una asociación de Valencia pedía voluntarios para diversas actividades relacionadas con niños: no unas actividades cualquiera, no unos niños cualquiera.

-DIOSES! QUE PALABRA TAN GRANDE Y TAN IMPONENTE!- creo que fue el primer pensamiento que le vino a aquel pipiolo de 19 añitos que prácticamente salía del cascarón cual Calimero, cuando leyó aquel cartel...

-"Inma, yo quiero ver de que va esto, tengo tiempo libre y me parece guay- le dije a mi amiga."

El caso es que me fui a mi casa con “algo” que me había removido por dentro y que, por supuesto, no iba a dejar que me consumiera.
Esa misma noche lo hablé con mis padres. Los mismos que nunca pusieron barreras a mis empeños, se dieron de bruces con algo a lo que no estaban acostumbrados por aquel entonces. Su pequeño del alma (que diría mi querida @iurisfriki) pretendía sumergirse en una realidad para la que creian, no estaba preparado.

-"Lo vas a pasar mal- recuerdo aquella frase de mi madre como si me la estuviera diciendo ahora mismo- Hijo, ¿tú sabes donde te estás metiendo?"

Y posiblemente mi madre tenía razón, lo reconozco, estoy casi seguro de que no sabía donde me metía. Poco me importaba, cuando a este cabezón se le mete algo entre ceja y ceja, es difícil frenar su empeño.

Allí que me presenté un buen día de octubre, ni corto ni perezoso, dispuesto a recibir la formación precisa para poder llevar a cabo mi tarea. Una semana, una semana intensa donde nos enseñaron muchas cosas, muchas. Sobretodo teoría, la practica vendría con lo años.

Aquella asociación, ASPANION (Asociación de padres de niños con cáncer) vino a cambiar todos mis esquemas vitales. Esta frase puede parecer un tanto exagerada, pero os aseguro que así fue.
El primer año colaboraba en tareas de diversa índole y ayudaba en la organización de eventos puntuales. El mes de Julio me tenía reservada una pequeña ( y grande a la vez) sorpresa: me enviaban como monitor de campamento a Alarcón. Un campamento que me enseñó muchas más cosas de las que jamás creeríais. Y me regaló a Pablo, un hermano de 13 años que mi madre no había parido y del que nunca me he separado desde aquel día.( y espero no separarme jamás)
Diez días de acampada que me enseñaron el valor de la vida, de la verdadera amistad, de la superación de los obstáculos, de lo que significa vivir al limite de verdad, me enseñaron a valorar lo que tengo de una manera inimaginable...

Aquella fue la primera de una serie de experiencias vitales que me llevaron a entender que papel jugaría todo aquello en mi futuro. En aquella cabeza loca empezó a cuajar la idea de que me había equivocado de camino. Tan cierto...llevaba ya por entonces 2 años con la carrera de RRLL, era tarde para dejarla atrás (o eso creía yo), no podía desperdiciar aquellos conocimientos, aquellos años de duro trabajo...Cierto es que no me arrepentía, pero no podía evitar el pensar que, de alguna manera, había metido la pata. Mi propósito en la vida era bien distinto.

Con el tiempo conocí a mis "pelones peleones", a "mi enfermerita" Estefa, al personal de la planta 5º del Clinico... y a mi ángel de la guarda, Amor, otra voluntaria a la que le debo muchísimas cosas, y que se fue convirtiendo en la mejor de las amigas.
Vinieron las estancias en el hospital, el compartir el día a día con ellos, las risas, los dolores “a medias” y los llantos. Vinieron los talleres, las convivencias con otros voluntarios y vino el grupo de adolescentes. Grupo que compartí durante varios años con Javier, psicólogo de la asociación y gran persona y con Carmen, un “proyecto” de psicóloga por aquel entonces, hoy ya ejerciendo maravillosamente.
Y vinieron los que se convirtieron en mi segunda familia, aquel grupo de adolescentes supervivientes de la enfermedad que tanto enriquecían mi mundo.
Me gustaría nombrarlos a todos, pero mi mala memoria me traicionaría y no quiero olvidarme de nadie. Ellos saben quien son y lo orgulloso que me siento de haber trabajado con ellos mano a mano.


En aquellos momentos decidí que mi ayuda no tenía que limitarse a aquello, y me hice donante de médula.

Y cierto día llegaron también las “decepciones”, esas que son inevitables en este universo, a veces cruel, y que por mucho que lo intente no podré llegar a entender jamás. Pero lo acepto, aun a sabiendas de que no existe la justicia en estos casos. E hice mía una frase de “El Principito” que dice así:




Tal cual, me rodeé de pequeñas estrellas, pequeñas almas que un día se fueron de este mundo y que se de buena mano que siguen aquí, guiando mis pasos día tras día, y alegrándose de que otros puedan hacer frente a los muros, superando adversidades y ayudando a los demás con su experiencia de vida.

Mis San Valentines no regalan bombones o flores, mis San Valentines regalan vida, valores y coraje. Y eso es lo más grande que un hombre puede recibir.
Hoy es un día especial para todos nosotros, celebramos el día internacional contra el cáncer infantil, un objetivo que nos une.

Acabo dando las gracias a menos gente de la que quisiera, pero que siempre estuvieron ahí cuando hizo falta:
A Amparo, por tenderme aquella primera mano.
A Astrid, por la confianza y por no dejar que me caiga nunca.
A todos los que formáis o formasteis parte de ese gran equipo.
A todos los voluntarios y voluntarias que conocí en este singular camino y con los que viví experiencias de lo más gratificantes. Y en especial a Mariam por aquel campamento.
A Sheila, Mº Mar y Jose Luis, por ser mis “ultimas adquisiciones” y no defraudar nunca.




Por cierto, hace dos años, a los 28, dedidí que era el mejor momento para emprender la aventura de convertirme en trabajador social. Y así ando, clavando codos como cuando tenía diez años menos...




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